martes, 3 de junio de 2008

Con el corazón en España

Estaba sentada en la plaza de Córdoba, España, aquella que visito todos los días al caer la tarde cuando recuerdo el amor perdido, estaba sentada, como siempre, esperando un beso secreto, de aquel camininante que un día me arrancó el dolor y me llevó con él a bailar a bailar un tablao cuando ya era otoño y no pensé que existía otra primavera. Estaba sentada, esperando que callera una hoja traviesa, que pocas veces se levantan debido a la escasa o nula brisa del verano andaluz. Estaba sentada, esperando un beso, de aquel galán que me llevó del brazo cuando las rosas daban su último suspiro antes de caer la noche en el olivar.

Ese día también se había hecho tarde, durante la jornada el trabajo había sido intenso: recibir a los turistas en la zona de siempre .- en la judería de la ciudad- así que todo el día estuve recorriendo con ellos los lugares más asiduos de Córdoba: la Mezquita, el barrio antiguo, el Museo Miguel de Torres, el palacio de los Reyes Católicos, en fin, hablando “with us” de todo y también de lo humano y divino. Por fin era la hora de partir para encontrarme con mi novio en la plaza de siempre: pero esa tarde no llegó, nunca había faltado a una cita nuestra. El era Juan – un joven dulce, quizá demasiado para poder contarlo- no era de mi tierra, sino de Chile, se vino con eso del exilio por Pinochet, había vivido en varios países de Europa, hasta que consiguió su visa en España. Trabajaba en la Bilioteca del Ayuntamiento. Eramos novios hace un año: pero aún no conocía todo de él: su melancolía a veces me alejaban de sus ojos negros, en un suspiro que parecía suspenderlo en los momentos de silencio: pensaba que querría regresar a Chile, cruzar el charco de nuevo, quizá ese día lo hizo sin avisarme, estaba inquieta por su ausencia, ya que sin proponérmelo se fue metiendo en mi corazón y mi vida, aunque yo me resistiese a no amarlo, ya no había nada que hacer. Durante ese año de noviazo conocí el amor: siempre dicen que a las europeas nos gustan los latinos, en realidad no sé si se cumple o no, pero lo cierto qeu mi Juan era guapo, muy varonil, con él descubrí la poesía de Neruda, la Mistral y también la música de Víctor Jara. Me imaginaba que él podía haber sido un gran revolucionario, de esos que andan por la selva luchando contra los poderosos, sin importales los mosquitos y la lluvia caliente para conseguir la victoria. Pero Juan me contó que en Chile no existía selva, y que él era un militante más del Partido Socialista, y que debió huir porque la cosa se estaba poniendo peluda, así que por no esperar aparecer luego en la lista de los buscados quizo prevenir la situación y salir de su país rápidamente. Yo soñaba que él fuera de esos amantes latinos, que vemos en el cine, me imaginaba que su ardor me llevaría a conoce nuevos mundos, nuevos olores y sabores que en la penísula no había descubierto. EN realidad era una muchacha soñadora, en fin, lo cierto es que siendo Juan un guerrillo amante o no yo lo había comenzando a amar en la plaza de siempre, cuando cae la tarde, así de a poco, con el sabor de vino y del olivar, con las tapas del bar de la esquina, con los besos y algo más, Nos empezamos a amar de pronto, sin esperar, sin saber si esto duraría un tiempo u otro tiempo y un poquito ya.

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